La voz interior

  

La voz interior. 

 

 

 





Capítulo I Un baño de espuma 

 

Un baño de espuma caliente, rodeada de velas y una copa de vino la acompañaban. Jugueteaba  ensimismada con la espuma que acariciaba su piel, inmersa en sus pensamientos. El sonido del agua la transportaba a sus más oscuros recuerdos; aquellos que la habían hecho dejar su amado trabajo. 

Como si de un fantasma se tratase, su mente recorría de nuevo cada paso, cada pista terminando de nuevo en un callejón sin salida. 

Se zambulló lentamente en el burbujeante baño al tiempo que se acariciaba como si de amarse tratara. Acariciando su cuerpo con la suave espuma y jugueteando con ella intentando no pensar, dejándose llevar por sus instintos, mientras el sonido del agua retumbaba en sus oídos como una cascada.  

(Suena el teléfono móvil) El sonido del teléfono interrumpió levemente su momento, no quería desatenderse. Contuvo la respiración al tiempo que jugueteaba con la espuma dibujando formas entre sus rodillas... 

Tras su gratificante baño, cogió de nuevo la copa de vino para finalizar.  (Suena de nuevo el teléfono) La incesante música la hizo reaccionar.  

Un mensaje de whatsapp aparecía en sus notificaciones, el número era desconocido, al verlo no le dió importancia ,"será alguna amiga" (de nuevo sonó una notificación). Otro mensaje de texto del número desconocido apareció en las notificaciones, pero esta vez decidió leerlo. 

- Querida Libélula. 

- Lamento haber dudado de ti, permitir que otros te dijeran quien y que eras. No me había dado cuenta aún  de lo resistente que puedes ser.  

Ahora sé que estuve equivocado. 

Eres magnífica y poderosa más de lo que jamás podría haber imaginado. Vas a lograr cosas increíbles lo sé.  

Finalmente estoy listo, para creer en ti. 

- Me encanta ver como disfrutas de las burbujas, junto a tu copa de vino, mientras acaricias a la loba grabada en tus costillas. Siempre fuiste una guerrera solitaria, por eso llevas tatuado a fuego esa frase que nunca comprendí : "Siempre mía". 

La expresión relajada de su rostro cambió por completo, sus ojos abiertos como platos comenzaron a recorrer todos los ángulos del aseo. (sonó una vez más el teléfono) 

- No te asustes, estoy aquí para ayudarte. 

Libélula no reaccionaba, parecía como si estuviera en uno de sus sueños y no consiguiera despertarse. Incrédula decidió contestar. 

- ¿Quién eres? 

- ¿Cómo has conseguido mi teléfono? 

- ¿Porque me escribes? 

- Puedes llamarme "Einstein". 

- Sólo quiero ayudarte. 

- Vas a recibir una llamada en poco tiempo, es esencial que contestes. 

- ¿Por qué habría de hacerlo? 

- Es muy importante que lo hagas. 

 

 

Capítulo II La llamada 

 

Terminó la copa de un trago y salió de la bañera con  el teléfono de la mano, caminaba descalza por la casa dejando sus huellas de espuma por todo el apartamento.  

Revisó puertas y ventanas , se detuvo a mirar la calle por uno de los ventanales, mientras la espuma resbalaba por su cuerpo desnudo. 

(Suena el teléfono) Sobrecogida  se quedo inmóvil unos instantes antes de contestar. 

- Sí  

Contestó con voz trémula. 

Al otro lado la esperaba una voz amiga, su voz la hizo recuperar la compostura. Era un viejo compañero de trabajo con el que no hablaba desde hacía mucho tiempo. Lo cierto es que Libélula como la llamaban en la comisaría había estado apartada de todo y de todos desde aquel fatídico caso. 

Su viejo colega interesado en conocer su estado quería hacerla partícipe de algo, la pidió encarecidamente que se personase en la comisaría de Albacete, para ayudarle con una investigación. 

Libélula no creía lo que estaba escuchando, llevaba tanto tiempo sin pisar una comisaría que no recordaba tan siquiera los motivos  ineludibles que la despertaban cada mañana .Quizá ese fuera el problema, los recordaba a la perfección los motivos que la hacían levantarse cada mañana , aunque todos se rompieron hace años. 

Libélula estas ahí ? Le preguntó la voz al otro lado del teléfono. Sí disculpa que me decías...  

Su mente daba tumbos. Aún no sabía que responder ante su oferta, pero quizá fuera una buena oportunidad de retomar su trabajo y al fin las riendas de su vida. 

Los detalles de aquel caso no sólo llevaban su nombre si no que provocaban en ella más deseo aún. 

Tras una larga conversación con su compañero  ; acordó a regaña dientes verse el lunes en la comisaría de Albacete; e incorporarse al equipo. 

Preparó unas cuantas cosas, junto al ordenador y otros efectos personales a lo largo del fin de semana, la resultaba extraño volver a pisar una comisaría.  

Leyó las noticias publicadas al respecto en los medios de comunicación. Las desapariciones comenzaron en la localidad de Carcelén un municipio amurallado cercano a la capital. 

La situación la desbordaba, no sabía si sería capaz pero tenía que ponerse a prueba, no podía continuar ahogándose en su propio lodo, después de lo que había luchado para llegar hasta aquí y lo poco que le importó dar un portazo y cerrar de golpe. 

Aquella noche no pudo dormir , sentía como el cansancio se apoderaba de ella, pero cuando sus ojos comenzaban a tornarse y sus sueños comenzaban a ser más tangibles; se desvelaba como si un estruendo hubiera roto su interior. 

 Sin ser consciente la luna cedió paso al sol,  se despedía de ella como cada amanecer hasta la próxima noche. 

 

Capítulo III En comisaría 

 

El lunes a primera hora se presentó en la comisaría de Albacete, gozó del viaje como hacía tiempo. Curvear y regocijarse de la carretera era una de sus medicinas; como ella decía la curaban el alma. 

Al entrar en la comisaría se sintió observada por centenares de desconocidos, su figura delgada dibujaba en los pasillos un destello de luz blanquecina reflejo de su ted pálida y su melena rubia y rizada.  

Aquella inspectora solitaria y simpática no parecía la misma. Su hermosa presencia llamaba la atención de sus compañeros ; aunque ella se mantenía al margen. 

No parecía la misma, su actitud distaba mucho de lo que fue, más reservada y con cordialidad limitada; marcaba distancias con cada uno de ellos. 

A su llegada, la comisaría mostraba un aspecto caótico, frenético, llena de papeles desorganizados. Los colegas se movían nerviosos recorriendo sus propios pasos;  ya habían desaparecido  más de media decena de niños; en apenas una semana. 

Nadie entendía lo que estaba sucediendo ni tampoco cómo plantear el caso. Lo cierto es que el patrón no parecía tener ninguna relación, ya que las desapariciones habían tenido lugar en diferentes poblaciones de la capital. 

La única relación que guardaban todas las desapariciones era que se situaban en pequeñas localidades de Albacete. Los menores desaparecidos tenían entre uno y trece años, no se conocían entre ellos ni siquiera compartían familiares, amigos, ni centros escolares.  

Todos ellos eran muy distintos, así como la situación socio-económica y laboral de sus familias , era muy diversa. 

No habían pedido rescate como era acostumbraban en estos casos. 

Nadie había visto evidencia alguna de las desapariciones, parecía que la tierra se los hubiese tragado.  

Pasaban las horas y no tenían indicio alguno. 

La primera de las desapariciones se produjo en Carcelén, dos hermanos del pueblo se desvanecieron mientras jugaban el uno de los parques del pueblo, bajo la vigilancia de su abuela materna.   

Libélula tenía una extraña sensación, algo allí erizaba su piel. 

 Su colega la reconoció entre el bullicio de la comisaría que estaba agitada por las múltiples desapariciones de los pequeños , su compañero la llamó a su despacho para enseñarle todas las pruebas del caso mientras la ponía al día de la tensión que se respiraba en el ambiente y el temor de encontrar el cadáver de los pequeños. 

Tras examinar el caso punto por punto, Libélula saco su cuaderno de anotaciones para estudiar cada uno de ellos y se encaminó hacia el Parque como lo denominaban en el municipio situado en la entrada del pueblo a escasos kilómetros  de la carretera comarcal.  

Aparentemente tranquila, esta pequeña localidad situada al sureste de la península ibérica,  cercana a la capital. Cuya población de apenas seiscientos habitantes se dedicaban en su mayoría al sector servicios y a la agricultura e industria. 

Este pequeño paraje perteneciente a la comarca de la Manchuela, se encuentra  en el seno de dos montes ; "Las Muelas de Carcelén" 

La zona en la que se había visto a los hermanos por última vez , se encontraba junto a una de las carreteras de acceso de la localidad, el parque en cuestión estaba en medio de varías vías muy transitadas tanto de día como de noche. 

Mientras examinaba el terreno en busca de algún indicio que le ayudara a entender mejor la situación , observaba como otros niños jugaban en el parque con la supervisión de abuelos y padres un tanto asustados por lo sucedido unos días antes.  

Se acercó a ellos para poder escuchar sus conversaciones desinteresadamente. El tema en todos los grupos de adultos era el mismo, el asombro ante lo sucedido, la situación anímica en la que se encontraba la familia y más concretamente la abuela de los niños desaparecidos. 

Libélula se sentía un tanto perdida, el tiempo que había estado de baja la había adormecido, hasta tal punto que revivía sus primeros días en la comisaría de policía nacional del distrito centro de Madrid , en la que se inició como inspectora. 

   

Capítulo IV Juego de palabras. 

 

En apenas un mes habían desaparecido más de una veintena de menores, los casos habían tenido lugar en numerosas poblaciones pertenecientes a la provincia manchega de Albacete. 

El primero tuvo lugar en la comunidad de Carcelén , dos hermanos de tres y cinco años fueron vistos por última vez mientras jugaban en uno de los parques de la localidad, bajo la supervisión de su abuela. La cual tardo un poco más de lo habitual en comunicarlo a las autoridades, por la falta de expresión del idioma. Tras ser socorrida por otros vecinos del pueblo pudo avisar a la policía, progenitores y diversos equipos de búsqueda. 

La segunda desaparición sucedió en el pueblo de Zulema una pequeña de cuatro años, fue extraída del jardín de la casa familiar , dónde se encontraba a salvo de peligro. Tan sólo dos días después de la desaparición de Carcelén. 

Trascurrido un día de la desaparición de Zulema, un nuevo caso saltó a los medios; un niño de ocho años desaparecía en el camino de regreso a casa. Esta vez el escenario se situó en la localidad de Casas de Juan Gil, el pequeño había salido a comprar el pan, después de despedirse de la panadera del pueblo nunca más se le volvió a ver. 

Paulatinamente comenzaron a esfumarse menores en más de una veintena de localidades.  

Almansa fue otra de las víctimas de la desaparición de una menor de doce años que acudía como cada semana a sus clases de interpretación teatral. El profesor extrañado de la falta de asistencia , decidió telefonear a la madre de la niña, que sorprendida le aseguró que la pequeña debía de haber llegado como siempre a su hora de clase. La niña como siempre acudía dando un paseo y en ocasiones acompañada de otros amigos. 

Antes de dar la voz de alarma la madre telefoneó a todos y cada uno de los amigos y migas de su hija, así como a otros familiares. 

La policía aún continuaba trabajando en las desapariciones anteriores cuando recibió la llamada de la comisaría de Almansa, sin apenas datos de lo sucedido.  

A la mañana siguiente una temprana y desconsolada llamada alertaba de una nueva desaparición en la localidad de Barrox, una de las familias más acaudalada de la población descubría al ir a despertar a su hijo como la cama se encontraba vacía, el pequeño de tan sólo seis años no estaba.  

Las comisaría de Albacete estaba desbordada, ninguno sabía por dónde empezar y no daban a basto con las llamadas, cada vez trascurría menos tiempo entre las desapariciones. 

Toda la comunidad estaba en alerta. 

   

Solicitaron ayuda a otras capitales de la comunidad manchega y entre llamada y llamada una familia  de Cantoblanco se personó en la comisaría llorando desconsolada, pues su pequeña de cuatro años había desaparecido del vehículo mientras sus padres dejaban el carro de la compra en el lugar indicado. 

La puerta del auto se encontraba abierta, a pocos metros de los padres, aseguraban que fue cuestión de segundos pero la niña ni siquiera había gritado. 

Las desapariciones cada vez eran más rápidas y virulentas , el lugar y hora no cuadraba entre ellas y no parecía haber un patrón con el que poder relacionarlas.  

Los medios de comunicación abarrotaban las puertas de la comisaría, las noticias habían traspasado las fronteras. 

Numerosas desaparciones se sucedieron en los días posteriores comunidades como Derramadero, El Ballestero, Hoya Gonzalo, la Herrera , Casa de Beatas, La Horca, los Alejos, Casillas de los Marín de abajo, Minaya, Pedro Andrés, Peñarrubia, Pinilla, la Solana, Valdelaras de arriba y Villatoya sufrieron también desapariciones múltiples de menores. 

Las familias habían creado un grupo de ayuda para contribuir con las múltiples búsquedas de los pequeños. Los servicios de sanidad habilitaron un equipo especial de psicólogos para apoyar a las familias , la situación era abrumadora. 

Capítulo V Ruta de leyenda. 

 

La situación cada vez se tornaba más virulenta, las familias impacientes invadían la comisaría día y noche a la espera de alguna noticia. Los policías no obtenían ninguna pista , pasaban las semanas sin ninguna novedad . Los menores continuaban desaparecidos y el tiempo apremiaba.  

Libélula continuaba inmersa en su evasión personal, aún no terminaba de comprender que la había llevado a aceptar éste caso,  como su compañero el inspector Lobo había conseguido sacarla del baño de espuma y placeres dionisiacos en el que se había transformado su vida desde hacía años. 

Desde aquel día inmemorable.  

Líbelula decidió salir a caminar por la ciudad , recorriendo sus calles y adentrándose en la vida de sus ciudadanos, buscando alguna ruta natural en la que poder evadirse de nuevo del bullicio de la gente y sumergirse en sus pensamientos que golpeaban con fuerza su corteza prefrontal como si de escapar tratara. 

Ante la imposibilidad de encontrar un rincón que poder hacer suyo, decidió ir a nadar un rato a la piscina de Juan Toledo. Era lo más semejante que podía encontrar ante la imposibilidad de sumergirse en la naturaleza y en sus sonidos. 

Libélula adoraba desde pequeña bucear y quedarse bajo el agua todo el tiempo que su anatomía la permitiese, la hacía sentirse a salvo, invisible al resto y en contacto consigo misma. 

No dudo un instante en sumergirse una vez tras otra mientras recorría buceando la piscina olímpica.  

Al regresar al vestuario poco antes del cierre, escucho como unas amigas entre risas bromeaban entre ellas designándose como beatas conversas. 

Le resultó graciosa la irónica paradoja. 

En ese momento se apresuró a vestirse y salió a toda prisa del recinto deportivo, había dado con la clave. 

Recorrió las calles de vuelta a su alojamiento corriendo, como si alguien la persiguiera; no podía esperar para revisar cada uno de los datos de las múltiples desapariciones. 

Al abrir la puerta del apartamento su agitado corazón parecía salirse por la boca, pero no podía consentir que una ligera taquicardia la alejara de sus instintos. 

Comprobó como si de una base de datos se tratara cada uno de los casos de los pequeñuelos. Sus ojos quedaron al perplejos al comprobar que en efecto sus instintos una vez más la habían marcado el camino correcto. 

   

Uno de los pueblos en los que había tenido lugar una de las dispares desapariciones se llama Beatas, como aquellas joviales y alocadas conversas le habían hecho pensar. 

Beatas como la calle Beata de Madrid cercana  a la comisaría en la que ella dio sus primeros pasos como inspectora y también aquella donde perdió el sentido por su profesión. 

Al igual que en aquella calle de la capital española en el pueblo se había cometido un delito grave, pero su alma esperaba que el resultado no fuera tan fatídico como el del crimen sucedido en esa calle en 1776. 

Aunque libélula esperaba que en esta situación la historia no terminara con reguero de sangre hacia alguna iglesia. 

En ese mismo instante sonó el teléfono, una notificación interrumpió sus pensamientos. 

Era un mensaje de Einstein. 

- Libélula vas bien encaminada sigue así. 

- Me alegro de que hayas descubierto la relación entre el pueblo y tu amada comisaría, donde todo empezó. 

- Esa pista te llevará a los niños. 

   

Capítulo VI Luna nueva 

 

Aquella noche Libélula no pudo pegar ojo, el eclipse lunar de Marte  retrógrado bañaba la luna de sangre y ella no podía parar de pensar en que las desapariciones de los menores no podían acabar como el de la calle de las 

Beatas y las duros sucesos que acontecieron en ella y en otras calles del Madrid del siglo XIX. 

Una noche de insomnio larga finalizaba con la llamada desde la comisaría a las seis de la mañana. Era el inspector Lobo, alertado por una de las familias le comunicaba que debían localizar a los menores ya porque uno de las pequeños tenía una enfermedad cardiorespiratoria grave y podía morir. Si no tomaba la medicación adecuada su vida corría grave peligro. 

Varios equipos médicos estaban preparados para atender el caso pero era cuestión de tiempo, de lo contrario ni ellos podrían hacer nada. 

Una nueva notificación de la comisaría llegó a su teléfono, sólo disponía de treinta minutos para poder salvar a la pequeña de Casa Beatas ; la pequeña Beatriz sólo le quedaban treinta minutos de vida. 

En ese momento una llamada de Einstein interrumpió sus  pensamientos. 

- Madre mía Einstein sólo tengo...  

- Lo sé. Sube al coche es cuestión de tiempo! 

- Ayúdame ! 

Una nueva notificación interrumpe su conversación  Les ha llegado un nuevo aviso a la comisaría a los hermanos de Carcelén les quedan cuarenta y cinco minutos de vida. Date prisa! 

- Tranquila. 

- De acuerdo estoy en el coche ; pero a ¿dónde voy?! 

¡ Ayúdame ! (Suplica Libélula llorando) 

- Tranquila dame el nombre y la edad de la menor.  

- Se llama Beatriz tiene cuatro años. 

- De acuerdo. Vamos ! Arranca ! 

Libélula llora llevándose las manos a la cara agobiada por la tensión que ejercía éste caso sobre ella. De algún modo se sentía responsable de los pequeños, no podía tolerar un desenlace trágico de las desapariciones. 

- No puedo Einstein . No puedo resolver este caso! Libélula rompió a llorar. 

- Calma. ¡Acelera! 

- Deja de llorar. 

- Pero a ¿dónde me diriges?! Inquirió entre sollozos.  

- Coge la general dirección nor- noroeste y a dos kilómetros gira a la izquierda. 

- Pero a dónde nos dirigimos?! 

- No me cuestiones y confía en mí. 

Un rugido sonó  al arrancar su imponente deportivo, presa de la rabia , la impotencia y la desesperación. Metió la marcha y tras un rugido el coche desapareció en el horizonte... 

- Gira a la izquierda! 

- Pero... 

- Haz lo que te digo! 

- Si es un camino de cabras Einstein ¡¡Aquí no hay carretera alguna!!  

- Es un atajo !Vamos! ¡Continua! 

El coche saltaba como dando tumbos en el polvoriento camino , los bajos golpeaban en las piedras continuamente. 

- Recto doscientos metros gira a la derecha y detente en esas ruinas. En ellas encontrarás un pozo.Quedan cuatro minutos! Corre, sal del coche. Coge el equipo de escalada. 

La inspectora se dispuso los arneses, se descolgó por un ligero terraplén hasta la ruinas y aseguro de nuevo las cuerdas para descender al pozo. La oscuridad inundaba  la estancia... En el fondo unos ojitos brillantes y los sollozos de la niña la recibieron. 

- Tranquila tesoro, soy policia... voy a ayudarte! 

Atención brigada de rescate. ( las notificaciones saltaban continuamente en el teléfono). 

Libélula cogió a la pequeña en brazos, la montó en el coche... y dio coordenadas al resto del equipo. 

- ¡Einstein! ¡Son demasiados ! !No llegaremos a tiempo! 

- Envía a Rojo 1 coordenadas( 10N, 38´5s, 28 E) Rojo 2 (15´NE 39´5SO 35N) Rojo 3 N de Carcelén 80´... 

¡Llama a emergencias !  ¡Envía un equipo al acantilado vamos! Exhortó la voz. 

-Atención. Rojo vivo, rojo vivo solicito helicóptero en el embalse de Almansa... 

- Adelanta al tráiler. 

- ¡Maldita sea Einstein!  

Clavó el pié en el acelerador a fondo. El motor rugió, redujo una marcha y el coche despegó como si volase, adelantando el camión en un suspiro. Amonestada por un estridente sonido de bocina ¡¡¡MOOOCC!!! Tras superarle giro bruscamente el volante hacia la derecha, una nube de polvo envolvió el coche. 

- Ya llegamos .  

Aquí rojo volador, divisamos un niño a la deriva en medio del lago.¡Vamos a por el! Libélula aceleró el coche apenas divisaba una cabecita en el agua. Se lanzó nadando a por el ... No sabía si sería demasiado tarde. ¡No respira! 1 mil, 2 mil... Insufló aire en sus pulmones. ¡Respira! Un violento  vomito devolvió al pequeño a la vida. ¡Esta vivo! ¡Gracias! ¡Gracias Einstein! 

 

Capítulo VII El encuentro 

 

Se dejó caer en el asiento... 

-Uuff... ¡ Lo conseguimos! Apenas lo puedo creer. Suspiro como si todo el peso de sus hombros se fuera en ese suspiro. 

Se quedó unos segundos en silencio... 

- Einstein, ¿estás ahí? 

- Si. 

- ¿ Puedo pedirte un último favor? 

- Si 

- Me gustaría darte las gracias en persona.  

- Prefiero mantenerme en el anonimato pero, sólo por esta vez accederé a tu petición, ¿prometes no enfadarte? 

- Si. 

- Mira por el retrovisor. Su preciosos ojos verdes se abrieron por la sorpresa... salió del coche. 

Aquel compañero que creyó muerto en su último y fatídico caso y por el cual, convencida de que aquel caso había destrozado sus vidas, ahora estaba ante ella. 

- Dios ¡¡¡te voy a...!!! ¿¿Einstein?? ¡¡IDIOTA!! 

- Has prometido no enfadarte... 

Anda vamos te invito a cenar... 

Y juntos se alejaron fundidos en un abrazo. 

 


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